Hola, soy una joven escort de Madrid. Mi nombre es Alma y compagino mis estudios universitarios con citas con clientes distinguidos, y así me saco un dinero para pagarme la carrera, el alquiler del apartamento donde vivo, y algún que otro viaje, ahh y ropa, mi gran vicio.
Llevo un par de años con la agencia de escorts , y la verdad siempre he dado con tipos geniales, de los que repiten y además dejan propinas, o incluso me invitan a pasar un fin de semana por ahí. Es algo con lo que me despejo bastante, eso sí, cuando no hay exámenes.
La agencia cuenta conmigo siempre que no estoy hasta arriba con los estudios, pero el pasado mes de junio, un cliente insistió bastante, y me llamaron. En principio era una un par de horas en el domicilio. Hasta ahí todo normal. Además me dejaba todo el resto de la tarde para estudiar.
A las cuatro y media de la tarde, con un sol de muerte y no sé con cuantos grados llegué a una urbanización de las afueras. Llamé a la puerta de una casa tipo colonial, muy antigua, no parecía una vivienda sino una fundación o algo así. Salió a abrir la cancela del jardín un señor con el típico traje de mayordomo. Yo me quedé asombrada, ya que ese tipo de uniformes sólo lo había visto en las películas, ni pensaba que existían, pero en fin, me invitó a pasar y ya en la entrada esperaban dos mujeres ya mayores que me cogieron el bolso y me preguntaron rápidamente que si deseaba tomar algo.
Una situación poco habitual para una escort
Una de ellas me condujo a la biblioteca, y tras traerme un refresco casero helado, me dijo que enseguida el señor me atendería.
Y allí estaba yo, un poco asustada entre tanto boato y sin saber como era “el señor”. La verdad es que la casa era preciosa, muy antigua pero preciosa.
Un jardín cuidado, unos techos altos, lámparas que despedían destellos mágicos con los rayos del sol y una colección de libros impresionante. De hecho me acerqué a cotillear y todos estaban en inglés o francés. Muchos de guerras, batallas, colecciones de biografías de militares, todo acorde con las medallas que estaban colgadas en pequeños marcos de terciopelo que adornaban las columnas.
Militar, pensé yo. Y así fue. Se abrieron las dos puertas que unían el salón con la biblioteca y un hombre alto, acompañado por un pequeño perro, se presentó como en la escena de una película de época.
– Soy Coronel, todos me conocen como Coronel, pero tu querida Mía, podrás llamarme Marc en la intimidad de las sábanas. Un privilegio para ti, jovencita.
Nunca se me olvidarán sus palabras acompañadas del gesto de atusarse su bigote tipo “Dalí”. Vestía un uniforme militar muy antiguo, no sé de que país, ni de que época, pero en la mano sujetaba un sombrero del que salía una pluma, y con el no paraba de abanicarse.
Con más palabras rimbombantes me dijo que si me importaba tomar un baño relajante antes de nada, y que no importaba el tiempo que necesitara. Él haría lo mismo, pero en otra habitación. Le dije que sí, que estaba un poco acalorada y que me vendría bien, con lo que tras tocar un timbre que estaba en el marco de la propia puerta, se acercaron las señoras para llevarme a un cuarto de baño más grande que mi apartamento.
Después de que una bañera de porcelana con patas de hierro, se llenara de agua tibia, comenzaron a echar como flores que flotaban entre la espuma. Me ayudaron sin decir una palabra a quitarme la ropa y a entrar en la bañera. Y allí me dejaron…
Yo me levanté sólo para coger el móvil, puse un mensaje a la agencia, y me quedé escuchando música.
Ya me estaba durmiendo cuando se abrió la puerta del baño y apareció ese extraño “Coronel” flanqueado por las dos señoras que llevaban toallas, albornoz y lo que parecía un traje.
– “Señorita, póngase más linda para mi, si es que eso es posible y la espero en la Biblioteca”.
Y allí se quedaron las dos invitándome a salir de la bañera y secándome.
Yo extrañada, pero como una reina, para qué lo vamos a negar. Ellas sin decir palabra me enseñaron un vestido blanco, parecía de novia, pero no, no lo era. Se trataba de un corpiño con una falda de seda, la verdad que precioso, pero con cierto olor a naftalina.
Me lo pusieron junto con una ropa interior un tanto extraña, pero bonita. Luego me invitaron a sentarme delante de un tocador antiguo y cepiñaban mi pelo a la vez que yo me maquillaba un poco.
Cuando ya estuve lista, sacaron de un saco de tela unos tacones blancos. Mientras me calzaba las dos se sonreían, y yo como os digo, como una princesa en un castillo. Me dejaba llevar, me preguntaba porqué me había elegido a mi para ofrecerme ese recibimiento, pero lo que más me intrigaba era como sería el sexo con mi “anfitrión”.
Las dos me escoltaron a la biblioteca. Cada una abrió una de las puertas, retirándose a la vez que las cerraban.
Él estaba con un batín escoces admirándome, mirándome, absorto y diciendo un montón de cosas bonitas en francés. Algunas las entendía, otras me las imaginaba.
Me sentía como una princesa, no como una escort
Se acercó a mi, que estaba clavada como una estatua y me cogió la mano para besarla y conducirme a uno de los sofás de cuero envejecido que estaban dispuestos en un lado de la inmensa estancia. Bebía coñac, olor que no me agradaba. Cogió la botella a la vez que me preguntaba si quería una copa, pero por mi cara desistió. No me hizo falta decir que no.
Luego me cogió las dos manos, y me pidió que le acompañara. Que iría a un sitió que ninguna mujer había “profanado” desde la muerte de su mujer. Aquello era de película, pero ese tío me daba morbo, y a pesar de la edad mantenía una mirada intensa, una sonrisa amable y una complexión atlética, casi me daban ganas de quitarle el batín y descubrir como era su torso. Os tengo que confesar que en el baño me estuve tocando, y sabía a lo que venía, y lo quería ¡ya!.
Subimos a su habitación, grande como no, me invitó a sentarme en la cama. Y dijo que ahora le tocaba a él. Puso una marcha militar en un viejo tocadiscos, se retiró de la cama. Comenzó a quitarse la ropa poco a poco, bueno, el batín y poco más… despacio y con estilo. Se daba la vuelta como posando para mi.
¡Vaya cuerpazo! Estaba buenísimo, se notaba que hacía deporte, y le colgaba un pedazo de pene, que no quería ni imaginar como sería cuando se pusiera erecto pondría. Yo no paraba de comérmelo con la mirada, y él se sonreía. No parecía tan buenorro cuando le vi al principio; aquel uniforme le envejecía. Desnudo ganaba más, algo que no suele suceder muy a menudo.
Se fue acercando despacio. Yo le miraba a los ojos, notaba que me sobraba la ropa, quería empezar a notar su pecho, sus piernas, sus fuertes brazos…. Y no sabía como empezar.
Cuando estuvo a mis pies me cogió de una mano, me levantó y empezó a lamerme el cuello…uffff, que escalofríos. Notaba su piel caliente, la fuerza de sus manos, y yo busqué sus labios, porque ya quería que me sintiera más cerca, que no se detuviera tanto. Me encantan los preliminares, pero esa vez deseaba que ese pedazo de hombre me hiciera gozar.
Aceleré la situación, mientras jugaba con mi cuello y mi boca, le cogí la polla, y joderrrrrrr, estaba ya dura del todo, muchoooooo, y era perfecta; no solo larga, no, además gorda y suave, como la de un adolescente. La cogí con fuerza como un regalo, con las dos manos, y mientras le miraba gozaba con cada lamentón, con cada beso, con las ganas de que todo lo que pudiera entrar en mi boca, entrara… Notaba el sabor a coñac en mi boca, me gustaba, sus besos fueron increíbles, lo que nadie había conseguido lo hizo él, ponerme como una verdadera leona en celo.
Entregada como una verdadera escort apasionada
Él no paraba de acariciar mi cuello y enredar sus dedos entre mi pelo. Pero me cogió por los hombros y me levantó, yo me lancé de nuevo a besar. De su boca me fui a sus pezones, de allí a su pecho, me excitaba estar junto con un hombre así; tan repelente al principio y tan viril después, era como una transformación, una sorpresa que el destino me había preparado.
Cuando menos me lo esperaba me empujó contra la cama, yo me quedé tumbada abriendo las piernas, mis jugos empapaban aquellas prendas tan antiguas. Note el perfume con que las señoras lo habían impregnando y decidí tranquilizarme un poco mientras él me miraba. Entregarme a sus caprichos. Presentía que todo iba a ser especial, y así fue.
Gozaba viendo ese cuerpo, ese pedazo de pene que necesitaba que estuviera dentro de mi. Sólo de pensarlo fluían más mis jugos.
Pero el se dio la vuelta. Me asusté, pensaba que me iba a dejar ahí tirada y ansiosa. Me dijo que no se iría lejos y así fue, tan sólo abrió con una pequeña llave una especie de vestidor, allí tan sólo había armas. Mi excitación se convirtió en miedo, en terror, pero sólo unas palabras suyas, me calmaron. “Tranquila, no son para hacer daño, son para provocar placer”; no sé porqué le creí, si, de todas ellas cogió un florete, eso me dijo, porque yo lo confundía todo con espadas, catanas y puñales grandes. Desnudo ante mi lo puso sobre el corpiño y con una destreza brutal en un segundo había rasgado la parte superior del vestido dejando al aire mis aún excitados pechos.
Los miré, no pude evitarlos, tenía los pezones duros y grandes como nunca me había pasado. Él sonreía y comenzó a pasear la punta de la espada sobre ellos. Me volvía loca el notar el frío acero sobre mis tetas, las masajeaba con él, era excitante, muy excitante…
Recobré la confianza, y mientras continuaba pasando el florete por mi pecho su pene cobró de nuevo una erección total. Yo lo deseaba, él lo sabía, así que entre la falda de seda metió su juguete hasta llegar a la lencería. Despacio, muy despacio la rasgó. Llegó con ella a mi clítoris, la movió dentro con una habilidad de mago. Luego la sacó de repente y lamió la punta. Sus ojos expresaban la picardía, el juego, pero también el deseo. Me hizo levantar y con la misma habilidad rasgó todo el resto de la ropa. Yo terminé de quitármela, mientras sentí de nuevo la espada en mi espalda. Me dejé llevar. Me tumbé en la cama boca abajo, quería que él siguiera marcando el ritmo, a pesar de que tenía unas ganas locas de que me penetrara.
Paseó el acero por mi columna, bajando despacio, tocando puntos erógenos que no conocía de mi, pero mi culo se dilataba según tocaba las últimas vértebras. Era magia, de vez en cuando miraba, y allí estaba él seguro y sonriente, sabiendo que me estaba volviendo loca de placer, de deseo…. A su capricho y voluntad.
Mucho más que una cita con un cliente de escorts de Madrid
Introdujo la punta despacio, a la vez que apartaba mis nalgas con la mano. Yo no pude resistir más y me cogí el clítoris, pero parece que no le gustó, ya que enseguida me sujetó las manos y comenzó a lamerlo todo. ¡Que placer! Sabía muy bien como hacerlo, yo me retorcía de gusto pero a la vez luchaba por soltarme, quería ya que me follara. Y así pareció entenderlo, ya que casi sin darme cuenta, y a cuatro patas, me la metió entera por mi coño. Ummmm, a perrito, mi postura preferida. Se había colocado el preservativo, no sé en que momento, pero sus movimientos eran fuertes, rápidos y acompasados. Tenía ganas de gritar, de gemir, mi respiración parecía que retumbaba entre las paredes de aquel gran lugar.
Él no cesaba de decirme cosas en francés, y yo me sentía como lo que era ese día, su puta, su juguete, su sumisa…
Estaba a punto, pero quería sentir su orgasmo; me movía buscándolo, pero no podía más, así que quise disfrutar cuando de repente, al llegar al mejor de los placeres que pudiera imaginar sentí como postre ese calor de su semen. Lejos de relajarme me excitó más, empujé sobre su polla y me vino otro, me senté sobre él, y minutos más tarde, otro. Él gozaba, lo decía, lo sentía, hasta que los dos caímos redondos en la cama. Exhaustos, acalorados, repletos de sensaciones que sólo con pensarlas no bajaba mi excitación. Había pasado una hora desde mi primer orgasmo y no cesaban de llegar más. Ahora que lo recuerdo me excito como una perra.
Luego se levantó, y sin decir una palabra se colocó el batín y me besó en la frente. Sabia que era una despedida, y así fue. Allí me quedé sola, desnuda, esperando que todo comenzara de nuevo y chupando el metal del florete que había quedado encima de la cama.
Un rato después llamaron a la puerta, y tras taparme con lo que quedaba de vestido dije que adelante. Allí estaban las dos misteriosas sirvientas.
Una llevaba mi ropa, bien doblada, yo diría que hasta lavada y planchada, noto cuando no es mi suavizante; y la otra sostenía una bandeja con refrescos y aperitivos. Les dije que ya me vestía yo solita, así que me puse mi ropa, comprobé que en el bolso continuaba el sobre que me había entregado el mayordomo al entrar y mi sorpresa fue cuando vi el color de los billetes, más del doble de lo acordado.
Me hubiera gustado quedarme en la cama, así desnuda, recordando la experiencia, pero sé que ese hombre no volvería. Con lo que me vestí, y toqué con cierta impaciencia el timbre del cerco de la puerta.
Enseguida se plantó el mayordomo, está vez con un traje oscuro y sujetando un sombrero negro. Era una persona de pocas palabras, tan sólo me dijo “acompáñeme” yo caminaba tras él, pero el detenía el paso para que fuera siempre delante.
Llegamos a la puerta, me giré para contemplar los altos techos y con la esperanza de que aquel hombre que minutos antes me había transportado al cielo del placer, estuviera a lo alto de las escaleras de madera. Me apoyé en uno de los extremos de la misma y grité. ¡¡¡Adiós, mi Coronel!!!. Tan sólo conseguí alertar a los perros que estaban en el jardín. Y así, entre ladridos me acompañó el mayordomo a un coche blanco, muy antiguo, con dos grandes faros que salían de la parte delantera. No sé la marca, pero poco después de arrancar, observaba por la ventanilla que todo el mundo se fijaba en el coche e intentaban descubrir quien era yo. De nuevo me sentí como una princesa en un cuento de hadas.
Sin decir nada me dejó en la plaza más céntrica de Madrid; La Cibeles. Paró el cochazo, me abrió la puerta, me dio la mano enfundada en unos guantes de cuero, y se despidió tan sólo con una reverencia.
Allí me encontraba yo, como transportada de un cuento a la vida real.
Aún hoy recuerdo con todo detalle cada instante, y no puedo evitar masturbarme pensado en aquellos momentos tan eróticos, tan pasionales, tan placenteros…
Sólo hoy he decidido contarlo, porque hasta ahora lo he guardado solo para mi, pero creo que compartiéndolo alguien me entenderá, o sabrá del misterioso Coronel, de quien espero que algún día vuelva a llamar.
* Un Relato de Alma, escort de la agencia Carla Mila.
Carla Mila